Epaminondas, tú no puedes soñar...
Epaminondas era un escritor que se la pasaba enfermo todo el tiempo.
Se enfermaba de gravedad y se la pasaba en cama todo el día. Sus doctores le llenaban de medicamentos y remedios que le aliviaban hasta la siguiente vez que caía en cama de nuevo.
Cuando se sentía más o menos bien su rutina era de la cama a la mesa, tomar un desayuno frugal y de inmediato al escritorio para alcanzar a escribir lo más posible y de vuelta a la cama.
Epaminondas ya no soñaba, sudaba frío por las noches y se revolvía en su cama tratando de apaciguar su dolor y descansaba a medias, de modo que siempre estaba taciturno.
Una noche empezó a soñar de nuevo. Soñó que tenía grandes alas y pies ligeros, y que podía llegar a donde él quisiera. A la mañana siguiente le contó a su esposa su sueño con una sonrisa en los labios y su mujer remató sin levantar la vista del periódico "Epis, no seas bruto, tú no puedes volar…"
Otro día soñó que las hojas de chopo que inundaban su jardín se convertían en billetes y que los recogía con una pala. Cuando le contó a su compadre que le visitaba, éste le comentó "Újule, esa porquería de hojarasca no vale ni madres, pero si llega a valer algo me avisas compadre, que entonces me traigo una pala mecánica."
Fueron muchos los desvaríos que soñó Epaminondas pero por cada sueño que contaba, por más absurdo o disparatado que éste fuera, siempre había alguien presto y dispuesto a hacerle el favor de regresarlo a la realidad.
Una mañana su mujer lo encontró sentado y meditabundo en su cama, con la mirada perdida hacia el horizonte. Alarmada por la expresión de vacío en su rostro le preguntó "¿Epaminondas Melesio, qué te sucede?"
Él contestó "Estoy cansado y enfermo de sentirme cansado y enfermo."
"Pero Epis, tú estás enfermo, no puedes levantarte de la cama" recalcó su mujer.
Al momento, Epaminondas se levantó de un salto de su cama y salió corriendo por la pradera hasta perderse de vista.
Al anochecer, su mujer lo esperaba en la puerta y Epaminondas aún con pijamas, con brillo de triunfo en los ojos le dijo:
"Querida, he descubierto en mí un magnífico don, algo muy poderoso. Acabo de correr sin detenerme hasta el pie de la sierra y metí los pies en el arroyo para que se me enfríen; he ayudado a los niños a recoger todas las fresas en el bosque y a colectar leña para la cabaña de doña Ifigenia para que aguante el invierno; me llovió fuerte al regreso, pero no me importa, no tengo frío ¡Por primera vez en mucho tiempo me siento vivo…!"
Salieron de la cabaña sus 3 médicos, su compadre, su hermano, sus cuñadas, su suegra, su madre y su padre, el vecino, el cura del pueblo, el alcalde, su editor, su publicista y hasta el maestro de la escuela de sus hijos… todos concordaron en una cosa, Epaminondas está loco.
Él les dijo, "Es verdad, he hecho todo lo que les dije y no solamente eso, he descubierto que puedo hacer real todo lo que he soñado."
Acto seguido estiró la mano y la hojarasca bajo sus pies se convirtió en billetes. Toda la gente se alarmó y al unísono le dijeron "Epaminondas, no puedes andar por ahí haciendo billetes, eso no se puede hacer, tú estás de atar. Entiende, nadie puede volar ni hacer lo que tú dices que has soñado…"
El escritor solamente esbozó una leve y burlesca sonrisa, como si sólo él conociera un gran secreto, estiró los brazos y emprendió el vuelo…
2 Comments:
Anda que si es tuyo el cuento está muy bueno.
Felicidades escritor en ciernes...
El cuento es mío... MÍO MIO MIO
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